El 14 de febrero de 1889 nacía, en el barrio de La Sota de la villa pasiega de San Pedro del Romeral, el que sería bautizado con el nombre de Luis Jesús Ortiz Martínez, hijo de José Ortiz Martínez y de María Martínez Ortiz. El pequeño Luis, sexto hijo del matrimonio de un total de nueve, pasaría su infancia en la citada villa como muchos otros niños, alternando la escuela con las labores de atención al ganado que mantenía la economía familiar. San Pedro del Romeral, al igual que las otras villas pasiegas, vivía básicamente del ganado y aunque por aquellos años ya se experimentaba con la incorporación de nuevas razas de vacas con las que lograr una mayor producción lechera las condiciones de vida en la última década del siglo XIX se hacían aún muy difíciles para familias con muchas bocas que alimentar, un duro trabajo y pocos recursos económicos. Por otra parte, condicionantes como las últimas guerras carlistas, las hambrunas o las epidemias habían dejado sumidos a estos valles, como al resto de España, en un estado de acuciante necesidad. Tales males produjeron en las villas pasiegas una emigración forzada de muchos jóvenes que rápidamente destacaron en el arte de la mercadería, no sólo de quesos y mantecas con los que tradicionalmente ya eran famosos, sino con otros tan variopintos como vendedores de aloja (bebida refrescante de agua con miel o azúcar a la que se le añadía romero, limón anís, ron...) de castañas asadas, de barquillos, galletas o de helados, oficios mundanos que los pasiegos han hecho tradición en su modo de vida desde hace más de un siglo.
Luis Ortiz fue uno de esos jóvenes emigrantes que con tan sólo 16 años, en 1905 y de la mano de un primer patrón también pasiego, se instalará en la ciudad francesa de Marsella como barquillero. Los barquillos, dulce de masa de trigo sin levadura horneada y endulzada con azúcar y miel y a los que generalmente se les da un toque de canela, se habían hecho muy populares en las fiestas, ferias y mercados de toda Europa y tradicionalmente los vendedores barquilleros iban asociados a sus bombos metálicos amarrados a sus espaldas, generalmente de color encarnado y decorados con diferentes dibujos o epígrafes y una ruleta de casino en su tapa que permitía al comprador apostar por un determinado número de obleas que llevarse a la boca. La ciudad de Marsella se ofrecía en los primeros años del siglo XX como lugar de próspero trabajo debido a su estatus de puerto del Imperio, lo que había hecho proliferar un buen número de fábricas e industrias innovadoras. Allí, en la metrópoli del Mediodía francés, Luis Ortiz compaginará la venta de barquillos con la de castañas asadas en invierno, principalmente en los muelles de embarcación que era donde más público encontraba y dónde más cómodo se hallaba por ser uno de los puertos más cosmopolitas debido al tráfico de buques internacionales. La venta de castañas asadas supuso, para los pasiegos y vendedores ambulantes en general, una actividad complementaria a la venta de barquillos y helados: “Ejercido por los mismos traficantes que con la llegada del sol tiraban de sus carritos heladeros y ambulantes, vistiendo, por lo general, ropajes frescos de colores claros, tornaban, con el empeoramiento del clima, a una ocupación algo más sedentaria, como era la de los puestos de castañas asadas. La necesidad obligaba y apalancados junto a sus artilugios humeantes y ataviados con coberturas de abrigo de colores más tristes, pasaban los largos meses de invierno comerciando con el fruto del castaño. Con sus manos negras, manchadas con el carboncillo que suelta el envoltorio de las castañas cuando se asan y con el ánimo no siempre ausente de quebraduras, esperaban ansiosos la llegada del buen tiempo y con él el regreso a las playas, a los parques de las ciudades y a las fiestas de los pueblos.” (Villegas López, Ramón. Pasiegos, memoria gráfica de un pueblo. Editorial Cantabria Tradicional. 2004)
El pasiego siempre ha tenido el don de aprender rápido las cuestiones fundamentales y aclimatarse velozmente para trabajar él mismo sus propios negocios, lejos de hacerlo para otro amo que no fuera, a lo mucho, un familiar cercano y leal. A menudo los amos no hacían sino explotar a jóvenes que “regidos con el canon del egoísmo, aprovechándose de la inconsciencia de aquellos muchachos y de su pobreza, les hicieron caer como sonámbulos en la insaciable celosía de su avaricia. Prometiéndoles pingües ganancias como gaufriers, y teniendo como centro de contratación París, arrastraron en furtivo cortejo a muchos menores de edad ansiosos de aventuras e incitados por el prurito de mejorar su pobre existencia...” (García Lomas, Adriano. Los Pasiegos. Ed. Librería Estudio, Santander,1997) Con el carácter innato a su raza de emancipación y sin dejar de ilusionarse por el progreso económico de algunos de sus paisanos de su misma humilde condición Luis Ortiz prueba a independizarse de los diferentes patronos para los que trabajó y en 1909 se instalará en la también ciudad portuaria del Mediterráneo francés de Toulon, donde el desarrollo industrial y naval ofrecía igualmente inmejorables posibilidades de venta de castañas asadas y barquillos. La dársena vieja contaba por aquél entonces ya con numerosos cafés repletos de marineros en uno de los puertos más grandes de Europa, aunque suponemos que también acudiría a la Opera de Toulón en busca de un público más selecto y acaudalado durante las actuaciones que tenían lugar los fines de semana. En cualquier caso su trabajo como independizado le hará ser conocedor de la demanda de este tipo de productos de repostería por parte de la sociedad francesa e irá tomando buena nota de los lugares con mayor posibilidad de venta, vista de lince comerciante pasiego que marcará su vida y éxito. Pero en Toulon nuestro sagaz Luis Ortiz también echará la vista a una lozana compañera de venta ambulante, pues será en esta ciudad donde conocerá a la que se convertiría en su esposa, la también pasiega Mercedes Martínez. Josefa Mercedes Martínez de la Maza había nacido un 3 de agosto de 1884 en el barrio de Candolías de Vega de Pas, hija de Juan Bautista Martínez Martínez y de María de la Maza Abascal e igualmente hubo de emigrar a Francia en busca de mejor vida, como hicieron casi todos sus hermanos, instalándose primero en Marsella vendiendo dulces con un pequeño carro y luego en Toulon vendiendo gofres (torta de masa de harina y huevo con crema de chocolate o helado) producto que rápidamente su avispado novio incluyó entre sus ventas. Mercedes, de marcado acento marsellés en su modo de hablar la lengua francesa, siempre tuvo reputación de persona muy trabajadora y de fuerte carácter y fue un apoyo incondicional de Luis Ortiz en todas sus decisiones, la primera de ellas el trasladarse al noreste de Francia, concretamente a la localidad de Nancy, donde el 11 de octubre de 1911 contraen matrimonio.
Una vez casados se instalan en Troyes en 1912, ciudad en la que nace su primera hija, Josefa, que tristemente fallecería con menos de un mes de edad. Entre 1913 y 1914 residen en Clichy, en la cual nacen sus hijos Luis y Juan, y donde Luis Ortiz trabajará en una fábrica de vidriería al tiempo que, durante los fines de semana, tendrá que emplearse sin remedio para otro nuevo patrón en un pequeño obrador de gofres y barquillos ayudado por su mujer, pues ya había dos pequeñas bocas más que alimentar. Fueron momentos duros, los trabajos a los que se veían sometidos multitud de emigrantes españoles incluso provocaron la protesta de nuestro Gobierno ya en el año 1912 y trajo como consecuencia la repatriación de muchos de los que enfermaron por determinados trabajos como eran los del sector del vidrio, de lo que también se hizo eco el historiador García-Lomas al hablar sobre la vida de estos barquilleros en su estudio Los Pasiegos: “Los que pudieron escapar de actuar como cobayos involuntarios en el penosísimo y malsano trabajo de sopladores de vidrio, se arrimaron, como mal menor, al servicio de otros despóticos mercachifles que, conociendo su crítica situación, los dedicaban a vender barquillos o refrescos sin que por ello cesara el calvario del trato inhumano que recibieron...”
Al estallar la Primera Guerra Mundial Luis y Mercedes llegaron a barajar la posibilidad de regresar a España pero él es requisado para trabajar en unos astilleros navales, lo que hará que se trasladen a Rochefort donde Luis es empleado en la construcción de barcos frigoríficos entre 1915 y 1920, sin dejar su verdadero oficio de vendedor ambulante en lo inmenso de sus muelles. En Rochefort nacen su hija Maria, fallecida a los tres años de edad en 1919, y sus hijos Vidal y Andrés. Tras unos meses en Verdun y Bar le Duc ya en el año 1921 se instalarán definitivamente en Saint-Dizier, en el norte francés, donde nacerían sus hijos José en 1922 y la pequeña Victoria en 1925, que tampoco llegaría a cumplir el año de edad. Sólo los cinco hijos varones de Luis y Mercedes sobrevivieron. En 1939 Mercedes y Luis acogieron a una niña huérfana de la guerra civil española llamada Montserrat, que permaneció con ellos algunos años hasta que fueron localizados sus familiares.
Saint-Dizier, en los años veinte del siglo pasado, resurgía tras el desastre de la Primera Gran Guerra como una ciudad nueva con una floreciente industria y vio incrementada su población de 17.000 a 19.000 habitantes entre tan solo los años 1921 y 1926, disponía de un aeródromo del Ejército del Aire Francés que había sido utilizado para operaciones de combate de la recién terminada contienda mundial con un importante contingente de más de dos mil soldados y no existía heladero alguno en la ciudad, algo de lo que rápidamente se dio cuenta nuestro astuto pasiego. Emprendedor nato decide crear sus propios helados que vendería con los barquillos como cucurucho y en un medio derruido taller de telas de la calle Marini monta su primera fábrica de helados que denominó en francés, como mandan las normas de cortesía, Glaces Ortiz (Helados Ortiz) Los comienzos no fueron fáciles, las materias primas como la leche, huevos, crema, azucares y los potenciadores de sabores tenían que ser mezclados de forma artesanal en unos recipientes de metal y de allí pasaban a enfriarse en un barril de sal de hielo para producir el frío, pues los refrigeradores a motor solo estaban al alcance de unos pocos. El trabajo de preparación a menudo tenía que hacerse por la tarde y la congelación por la noche para que el producto pudiera venderse durante la mañana siguiente y a ello se sumaban cinco pequeñas bocas que alimentar, cinco niños que pronto se vieron en la necesidad de ayudar a sus padres en la difícil tarea que representaba la simple supervivencia familiar: “... niños que muchos días llegaban a la escuela con ampollas en las manos de amasar helados la tarde anterior...” (Berton, Jean, 101 figures haut.-marnaises. Editor J. Berton 2002. Francia.) Pero los pasiegos Luis y Mercedes llevaban la experiencia de la venta ambulante a sus espaldas y en pocos años pasan a ser populares personajes en todos los recintos feriales y jardines públicos de la localidad de Saint-Dizier. Este será uno de los rasgos triunfadores que marcará la vida y obra de Luis Ortiz, hacerse ver, hacerse presente con sus productos con vistosos y coloristas carritos heladeros, sin descuidar la esmerada selección de productos de buena calidad, de lo que a buen seguro se encargaría Mercedes, además de una inmaculada limpieza. José Ortiz, el más joven de sus hijos, contaría años más tarde en una grabación televisiva como su padre les repetía una y otra vez que un heladero...”siempre tenía que tener la raya blanca en las uñas” Los cinco pequeños y vivaces heladeros de Luis y Mercedes pronto serán cariñosamente conocidos en todo Saint-Dizier como los “Titiz”.
Luis Ortiz, una vez afincado en Francia, vino en algunas ocasiones a su pueblo natal de San Pedro del Romeral. Quizá el regreso más triste en 1925 para asistir al sepelio de su hermano Cristino, fallecido con tan solo 25 años de edad, después acudiría esporádicamente y también en 1935, poco antes de estallar la guerra civil española. Aquella visita es dulcemente recordada hoy en día por Antonia Ruiz Ortiz, prima hermana de Luis Ortiz, una ya casi centenaria mujer de amena conversación que vive en el barrio del Rosario de la villa pasiega y que con envidiable salud, aspecto y memoria evoca la bondad de nuestro personaje y su mujer Mercedes: “ Luis era muy bueno y Mercedes muy generosa y más buena aún si cabe. Venían con la ropa en un saco para pasar unos días, eran muy humildes en aquellos años. No había casi ni para comer. Así y todo siempre traían algo de Francia, como en una ocasión que se presentó con un gramófono que fue la envidia y gozo de todo el pueblo y también recuerdo otra vez, justo el día en que regresaban para Francia, que sin decir nada Mercedes le dejó dos “duros” (diez pesetas) en el cuévano, debajo de la almohada, a mi sobrina cuando nació. ¡Eso era todo un capital para una “chicuza” en aquellos años...! Ya después de la guerra vino en alguna ocasión en compañía de Mercedes y algunos de sus hijos. Antonia Ruiz rememora también cómo en una ocasión vinieron sus hijos Juan y Vidal “... en una moto de esas que llamaba la atención... tendrían 17 ó 18 años, se compraron un par de trajes y todas las mozas del pueblo salieron haber cual de los dos era el más bonito... ¡Qué lagartas!...
Sobre 1930 tiene lugar el auge de salas de cine y teatros en toda Europa y la villa de Saint-Dizier no se iba a quedar atrás. Serán cinco salas de cine las que se instalarán en la localidad en poco más de diez años y en todas ellas estarán presentes Luis Ortiz, su mujer Mercedes y sus cinco hijos con heladeras movidas sobre triciclos a pedales primeramente y scooters motorizados años después, a la entrada del cine, en el descanso y a la salida, siempre había que estar donde hubiese un potencial público comprador. Entre sus hijos destaca el mayor, Luis, que con tan sólo 14 años cuentan que ya le plantó cara al inspector de impuestos de turno por el acuerdo fiscal de la empresa Glaces Ortiz que acababan de fundar y será quien más herede el sentido y la vista comercial del padre. Luis hijo, muy trabajador, inteligente, preocupado por prepararse académicamente y con una larga experiencia en la venta ambulante siempre estaba, al igual que sus otros cuatro hermanos pequeños, presente con su triciclo de helados en los grandes eventos de público, recorriendo de 10 a 15 kilómetros diarios con su “Triporteur” y sería, con los años, el impulsor de la empresa que creó su padre. La década de los años treinta fue larga y costosa pero el resultado fue la fuerte unión de cinco hermanos y un próspero negocio de helados que, por buenos, eran conocidos en todo el área metropolitana de Saint-Dizier.
Christian Kent Nelson, el americano que inventó el bombón helado en 1921 bajo el nombre de I-Scream Bares, había desarrollado su idea cuando vio a un niño en su tienda indeciso entre comprar un helado o una barra de chocolate. Tratando de contentar al público infantil se le ocurrió la idea de crear una deliciosa barra de chocolate que fuera al mismo tiempo un refrescante helado, para lo cual hizo un cuerpo de vainilla de helado forrado de cacao, aprovechando también las propiedades adherentes del aceite de copra que se habían descubierto. La prueba de fuego la obtuvo en el Torneo Anual de Bomberos de la ciudad norteamericana de Iowa ese mismo año de 1921, donde puso a prueba su nuevo bombón helado que fue acogido con gran éxito por parte del público pero no por los empresarios lácteos y heladeros de la comarca que rechazaron de lleno su comercialización, hasta que el empresario Russell Stover decidió asociarse con Nelson cambiando la denominación del producto por Eskimo Pie. El 24 de enero de 1922 se patentaba el producto (patente nº 1. 404. 539, invalidada en 1929. US Patent and Trademark Office.) y en menos de un año las ventas del Eskimo Pie eran de un millón de unidades al día. Nuestros previsores Luis Ortiz y sus hijos ven en el nuevo producto una enorme posibilidad de venta en Francia, donde ya había sido primeramente introducido en 1925 por el heladero Bernabé Martínez que curiosamente era primo de Mercedes, la mujer de Luis, pero para ello se hacía necesario un nuevo sistema de mecanización capaz de soportar la nueva producción heladera que el bombón helado de Christian Nelson requería, por lo que deciden embarcarse en la compra de una máquina de turbinas eléctricas que reemplazase a las antiguas de manivela. La venta del nuevo producto de Nelson fue un éxito, especialmente entre los soldados americanos que se encontraban en la base militar de Saint-Dizier, sus mejores clientes desde que llegaron.
Durante la Segunda Guerra Mundial, concretamente en 1940, la mitad norte del país había sido ocupada por la Wehrmacht, las fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi. Los hermanos Luis, Juan y Vidal son enviados al frente por el ejército francés, los dos primeros incluso fueron hechos prisioneros, pero Luis consigue escapar y regresar a Saint-Dizier para hacerse cargo junto a su padre de la empresa. Finalizando la contienda y hacia el invierno de 1944, durante el período conocido como la Liberación, se produce un incremento del contingente militar americano en Saint-Dizier y zonas limítrofes. Los americanos, que gastaban los centavos que traían en el bolsillo, disfrutan del tabaco, de los dulces y demás placeres europeos incluidos los helados, de los que son unos grandes y entendidos consumidores, habiendo encontrado en Saint-Dizier a los mejores de Europa, los heladeros artesanos Ortiz, que en una más de sus triunfales ofensivas publicitarias hacen llegar en dos aviones de carga militar Douglas C-47, popularmente conocidos como Dakota, numerosos contenedores cargados de helados y carne de pavo a las tropas estadounidenses que se encontraban atrapadas barriendo una última ofensiva contra los alemanes en la ciudad belga de Bastogne, punto clave en la conocida batalla de las Ardenas que se libró en diciembre de 1944, concretamente en el bosque Foy, donde las condiciones de supervivencia eran extremas y se encontraban ya sin alimentos. Luis Ortiz no iba a permitir que sus mejores clientes se quedasen sin darse el gusto de cenar pavo y endulzarse con un helado la noche de Navidad. Los comandantes de tan arriesgada y acertada misión paracaidista y publicitaria en tan entrañables fechas no son otros que los jóvenes Andrés y José Ortiz, a las órdenes del “general” Luis Ortiz. El puertorriqueño Pancho, uno de los pilotos de la 101 División Aerotransportada de los EE.UU. que llevó a los paracaidistas y los contenedores, sería inmortalizado y publicitado en la prensa americana y europea junto a uno de esos Dakota sobre el que se rotuló la palabra sweet... (dulce...) seguido de las iniciales L.O. en referencia a Luis Ortiz, que en definitiva fue el benefactor. (Journal de la Haute-Marne. Marzo de 2003)
La pequeña empresa familiar que creó nuestro pasiego de San Pedro del Romeral en 1921 comienza a elaborar, veintiocho años después, diferentes productos relacionados con la cadena del frío como tarros de helado, pasteles de helado en paquetes familiares, crema de castañas, polos de hielo cubiertos de chocolate y un largo etcétera de productos que pronto comienzan a expandirse por toda la región. Luis Ortiz ha creado un pequeño negocio familiar y ha criado unos pequeños negociantes familiares, cinco hijos cuya vida siempre estuvo ligada al trabajo y a la innovación publicitaria, algo en lo que involuntariamente ya era un consumado profesional Luis Ortiz. Si algo recuerdan hoy en día los habitantes octogenarios de Saint-Dizier es la imagen de los Titiz con sus carritos de helados, con sus triciclos frigoríficos, en sus scoooters, estampa en la memoria con su objetivo cumplido que haría las delicias de cualquier propagandista capacitado. En 1946 adquieren una vieja moto con sidecar del ejército alemán que sobrevivió a la campaña de Rusia, una célebre Zündapp Ks-750, la repararon, la modificaron añadiéndole una heladera en su parte delantera y pasó a ser la nueva imagen modernizada de Glaces Ortiz, con la que los desplazamientos y la conservación del producto se hacían más llevaderos y con la que conseguirían un nuevo y original golpe de efecto para una mejor venta de sus helados. La reliquia de moto permanece hoy expuesta en el Museo Miko de la localidad francesa de Saint-Dizier como objeto de culto para amantes de vehículos raros y extraordinarios. Los hijos de Luis Ortiz poco a poco van haciéndose cargo de la empresa familiar sin dejar de acudir a recintos de ferias, cines, teatros y parques públicos, siempre presentes en puntos de venta, lo que su padre les inculcó.
Luis Ortiz, el pasiego de San Pedro del Romeral y precursor de la mayor industria heladera de Francia, fallecería el 11 de enero de 1948. Con él desaparecía un arquetipo de persona hecha a sí mismo que salió de su pueblo sin apenas preparación pero con valentía, emigrando a otro país con diferente idioma y distintas costumbres. Quizá hombre de pocas palabras pero de significativos ejemplos, como lograr hacer feliz a su familia y a su pueblo con la música de un gramófono o conseguir que unos soldados, que estaban ahí combatiendo por su libertad y la de su país de acogida, en su peor Nochebuena recuerden y sientan gracias a un helado que a pesar de todo es Navidad y que alguien se acuerda de ellos. Persona que sin apenas estudios luchó con decisión porque no le quedó más remedio y que ante todo, como nos recordaba su prima Antonia Ruiz, fue una buena y generosa persona que sacó adelante, junto a su mujer Mercedes, a unos hijos a los que preparó para triunfar en la vida basándose en los principios del trabajo y el esfuerzo, de la honestidad y mucha disciplina y que sin apenas cultura les dio una buena educación, hijos que con la escuela de coraje y tesón aprendida de su padre se lanzarán a la creación de una fábrica de helados que acabaría siendo en Francia el grupo líder de productos alimentarios de la cadena del frío.
Ya en 1950 dos de los hijos de Luis Ortiz, Luis y Vidal, emprenden un viaje a los Estados Unidos de América con el objeto de comprar una máquina danesa robotizada capaz de fabricar 6.000 helados de chocolate con palo por hora. Una vez más su local se queda pequeño, por lo que se lanzarán a la compra de parte de un viejo edificio que albergó una antigua fábrica de cerveza, la Brasserie du Fort Carre, una antigua construcción defensiva que en 1796 se transformó en cervecería. Paralelamente a la comercialización del bombón helado de Nelson que les había reportado grandes beneficios y siguiendo con su afán expansionista los hermanos Ortiz compran diferentes marcas de helados más minoritarios entre las que se encontraba la casa Délico, que comercializaba sus helados bajo la firma de Fresky, a la multinacional Unilever Food después de haber fracasado sus ventas en el mercado francés. Pero les exigen una condición, que le cambien el nombre, lo que sin querer dará lugar a una de las anécdotas más curiosas de la futura multinacional de congelados francesa.
Reunidos en una pequeña oficina del todavía destartalado edificio de la antigua fábrica de cerveza de Fort Carré en Saint-Dizier, los hermanos Ortiz debatían el nuevo nombre que debía tener la empresa junto a los encargados del departamento de publicidad y Mezy, un amigo de Luis que sostenía entre sus brazos un pequeño cachorro foxterrier que no paraba de ladrar. Había que buscar una denominación que fonéticamente siguiera sonando como la antigua marca adquirida de Délico, descartando por imposición de los vendedores de la marca el antiguo nombre comercial de Fresky; que a poder ser mezclara los fonemas “cho” o “co” relativo al chocolate con la palabra “milk” (leche en inglés) pensando en el potencial consumidor americano de la base aérea y que al mismo tiempo fuera corto y fácil de recordar, reglas básicas de la publicidad. En la búsqueda del nuevo nombre ni los cinco hermanos Ortiz ni los encargados de la publicidad se centraban; tras momentos de deliberación sus abotargadas cabezas eran ya incapaces de pensar y, para colmo, el puñetero perro de Mezy no cesaba de ladrar. ¡Cállate ya Miko! le gritó su dueño al chucho. Se hizo un rotundo silencio en la sala, se miraron unos a otros pasmados y ¡olé!... había nacido el nombre de la empresa: Miko, como el nombre del perro. Era evidente que a todos les pareció fonéticamente oportuno conjugar los sonidos de “milk” y “chocolate” y, atendiendo a los principios publicitarios, resultaba ser sonoro, corto y contundente... ¿para qué darle más vueltas? (Joseph et Vidal Ortiz, un empire venu du froid. Jean Bertón, Francia 2002.)
El canino nombre de Miko es registrado en 1951 e inmediatamente es desmontada la fábrica parisina de helados Délico para trasladar toda la maquinaria a las nuevas instalaciones de la vieja brasserie du Fort Carré de Saint-Dizier. El siguiente gran acierto publicitario de los hijos de Luis Ortiz estuvo en el logotipo elegido, elemento gráfico con el que se identificara rápidamente a la empresa y con una tipografía diseñada especialmente para representar a la misma. El resultado fue sencillamente mostrar lo que los hermanos Ortiz vendían: helados y derivados del frío, para lo cual sobre una capa de hielo quebrado, que sugiere fresca novedad, aparecía el perruno nombre de Miko cubierto de nieve por encima de sus letras, una destreza divulgativa más de la familia Ortiz.
A partir de entonces Miko emprendería su camino hacia el éxito con la adquisición de nuevas unidades de producción y la expansión por todo el territorio francés instalándose en Nantes, Saboya, París, Toulouse, Marsella... Juan y Andrés Ortiz se establecerán en Châlons sur Marne y en Metz. Luego vendría la dispersión internacional por Alemania, Bélgica, España, Suiza, Holanda, Japón, Corea... por todos los supermercados, panaderías, restaurantes, playas y todo punto de venta que se precie. Entre 1950 y 1960 helados Miko multiplica su producción por veinte, el nombre de la empresa aparece anunciado en periódicos, revistas y televisión y la marca está presente incluso en el Tour de Francia patrocinando a cinco equipos ciclistas entre los años 1976 y 1986 y el maillot amarillo entre 1971 y 1983 a fin de garantizar una presencia significativa en los medios de comunicación, particularmente en el de la televisión que comenzaba a ser un próspero cauce publicitario. En el Tour de Francia los hermanos Luis, Juan, Vidal, Andrés y José Ortiz conseguirán un nuevo éxito propagandístico con la inusitada compra de un singular vehículo para acompañar a la caravana de ciclistas que seguro hubiera contado con la aprobación de su padre Luis Ortiz.
El Tour de Francia era ya de por sí un reclamo propagandístico en una cada vez más expandida y vista televisión pero, como su padre les había hecho ver una y otra vez, para vender había que hacerse distinguir en los acontecimientos públicos. La nueva idea de difusión ya no estaba como en años anteriores en los llamativos carritos de helados ni en los scooters-heladeras que tanta fama y atracción les habían proporcionado. Cual iluminados propagandistas a los hermanos Ortiz no se les ocurre otra idea que la de comprar un viejo, extravagante y futurista camión que, sinceramente, más parecía un besugo de ojos saltones sobre ruedas. El estrambótico vehículo fue originalmente un encargo del Ejército del Aire francés diseñado por el industrial Philippe Charbonneaux y realizado por el carrocero Antem que partió de un viejo autobús Chausson AH48 que ya tenían y no fue concebido sino como un reclamo propagandístico más para animar a los jóvenes al reclutamiento de la fuerza aérea francesa, con una sala de recepción y proyección, un despacho, cuatro literas para el personal y un grupo electrógeno, todo eso en una especie de módulo espacial que, menos discreto, se le podía catalogar de cualquier cosa. Una vez cumplido su acertado objetivo publicitario en el ejército galo el carricoche fue adquirido en subasta pública por la familia Ortiz, que lo rediseñó para unirse a la caravana de ciclistas del Tour (Miguel Tacoma, www.camionesclasicos.com) El éxito del singular artefacto fue, una vez más, mayúsculo. El original besugo a motor fue portada y pieza de reportaje de las más variopintas revistas especializadas en automóviles (Charge Utile, Camions, Routiers, Truckers...) con su logotipo de Miko bien visible, que era en definitiva lo que a los hermanos Ortiz les importaba. El público acudía al pintoresco furgón a comprar los helados y tanto llamaba la atención que en más de una ocasión fue cedido a los organizadores de tan conocido y seguido certamen ciclista para la entrega de premios, incluido el maillot amarillo, a modo de podium y del que más de una empresa de juguetería del vecino país lo vendería como maqueta de colección. Años después la dirección del Tour de Francia pidió a la casa patrocinadora Miko una extensión de 300.000 francos, pero no se llegó a un acuerdo. Vidal Ortiz, en una entrevista en el diario francés Libération en 2003, se lamentaba: “Fue una muy buena oferta...” (Diario Libération, 8 de julio de 2003) Miko patrocinaría también el conocido “Master Miko” entre los años 1991 a 2000, un auténtico espectáculo del patinaje artístico en cuanto a calidad y originalidad, llegando a convertir el evento en una hermosa atracción comercial única.
En el año 1975 se crea en España el grupo de empresas Bankoa, entre los que se encontraba el carismático y valiente empresario vasco Juan Alcorta que se hizo famoso por su negativa pública a pagar el impuesto revolucionario a la organización criminal ETA y de cuya asociación empresarial nació la firma de helados Miko en España, que nada tenía que ver con la compañía Miko francesa de los hijos de Luis Ortiz. Lejos de entrar en los tribunales la familia Ortiz no puso objeción alguna y aceptó la denominación copiada de su nombre, pero sí condiciones:“De este mismo grupo de empresas (Bankoa) nacerían a finales de los setenta los congelados Vivagel y los helados Miko, que tomarían su nombre de una firma francesa que entonces era especialmente conocida por su patrocinio del Tour de Francia. En compensación la empresa gala Ortiz-Miko se hizo con el 25% del capital de la vasca.”(¿Qué fue de Helados Miko? Escrito de José A. del Moral. Revista Ganancia, agosto de 2008.) Durante muchos años, dato muy poco conocido entre los consumidores de ambos países, la marca Miko representó en España y Francia a dos empresas distintas, aunque la familia Ortiz controlaba también ese 25% de la firma española.
En 1979 fallecía a los 95 años en Saint-Dizier, la que después de tanto tiempo era ya su patria, Mercedes Martínez de la Maza, buena esposa y mejor madre, temperamental trabajadora a la que nunca se le cayeron los anillos, vendedora ambulante de infantiles sueños fríos en verano y abrasadoras castañas en invierno y valiente mujer pasiega que fue capaz de sacar adelante y con mucho esfuerzo a cinco hijos de los que a buen seguro, y ella más que nadie, bien podía sentirse orgullosa. Luis, el mayor de los hermanos y director general de la compañía multinacional Helados Ortiz-Miko, moría el 19 de septiembre de 1984 también en Saint-Dizier. Andrés (director del sector de Moselle), Juan (director adjunto) y Vidal (director técnico) dejarían este mundo respectivamente en 1988, 1992 y 2005 y por último fallecería el más joven de los hermanos, José (director de fabricación), el 8 de enero de 2009 y del que también se hizo eco la prensa francesa.
Casualidades de la vida, en marzo de 1994 la multinacional Unilever, a quien la familia Ortiz había comprado la marca de helados de la casa Délico, recompra la multinacional Miko a la familia, entre los cuales aún vivían los hermanos Vidal y José Ortiz. El 16 de marzo de 1994, acorde al Reglamento de Concentraciones, la comisión de control de la Unión Europea decide permitir a la multinacional alimentaria Unilever tomar una participación mayoritaria en la Société Anonyme Financière du Froid Alimmentaire (SAFRAL) presente principalmente en los sectores de alimentos congelados y helados en Francia a través de su holding principal, Helados Ortiz-Miko (Europa-press 16-03-1994. Documento público 94/221) Unilever es hoy en día la empresa fabricante de helados más grande del mundo, con un volumen de negocios anual de 5 millones de euros en el grupo de la Heartbrand, llamado así por su logotipo en forma de corazón, y de las once grandes empresas heladeras que controla la de Saint-Dizier figura entre las más relevantes. La empresa Miko de España es adquirida ese mismo año por el grupo Nestlé, que hasta entonces venía operando en nuestro país con la marca Camy y Avidesa, durante un tiempo uso la denominación como marca complementaria hasta que en 2003 elimina el nombre de Miko, aunque algunos de sus productos de origen siguen presentes en la oferta del nuevo grupo propietario (Fantasmiko, Mikolápiz...) Una parte del capital de la firma española de helados pasó a manos del holding Sociedad Anónima de Alimentación entre los que participaba la conocida familia Knörr, propietaria de la popular marca de bebida carbonatada KAS que a su vez acabó en manos de la estadounidense Pepsi.
El joven pasiego Luis Ortiz que salió de la villa de San Pedro del Romeral con una mano delante y otra detrás y sin apenas saber leer y escribir, nunca hubiera imaginado el imperio derivado de su loca aventura por tierras francesas. Helados Ortiz-Miko llegaría a tener en Saint-Dizier 1.500 trabajadores en planta y más de 6.300 empleados, 600 modernos vehículos frigoríficos y otros 1.200 comerciales, 80.000 metros cuadrados de planta fabril, 100.000 metros cúbicos de cámaras frigoríficas que producían 78 millones de litros de helado al año, aunque estaban capacitadas para una producción de ni más ni menos que 220 millones de litros, llegó a tener casi 100.000 puntos de venta, cifras todas asombrosas pero que se verificaron, siendo también los mayores consumidores de leche, crema y huevos de todo el norte francés y culminando este imperio con la construcción, en el cercano polígono de Trois-Fontaine a 9 kilómetros de Saint-Dizier, de una planta ultramoderna de congelados sin equivalente en toda Europa.
La familia Ortiz sigue siendo hoy en día toda una institución en Saint-Dizier, ciudad que dedicó una calle a Luis Ortiz en las inmediaciones de la fábrica original que se derruyó en 2004 para dar lugar al enorme multicine Quai, edificios, un gran centro comercial y el fabuloso museo Miko para gozo de sus habitantes y del mundo entero que se alberga en la antigua Torre Miko de la empresa, originalmente un depósito de agua construido en 1930, que fue igualmente orgullo de esa comuna francesa que de lleno se negó a que fuera demolida y que, a iniciativa de Vidal Ortiz, conserva como patrimonio histórico de la ciudad y como recuerdo a un padre trabajador, a una madre tenaz, a unos hijos emprendedores y a una multinacional, la de Saint-Dizier, que llegó a ocupar el muy digno puesto de tercera empresa más grande de Europa en congelados y cadena alimentaria del frío.
El 16 de septiembre de 2011 tenía lugar, ante el ministro de Educación del Gobierno de Francia Luc Chatel y de la mano del Presidente del Consejo General del Alto Marne Bruno Sido, la inauguración en la localidad de Saint-Dizier del Colegio Luis Ortiz, obra del arquitecto Jean Philippe Thomas y ejemplo de modernidad y economía energética, un sentido y cálido agradecimiento más de una ciudad a este pasiego y también bragard (sobrenombre que se da a los habitantes de Saint-Dizier) que llegando a ella sin nada se lo dejó todo. Recordando la famosa frase de Baltasar Gracián que dice: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno...” reproducimos el escueto, pero preciso, dossier de prensa del día de la inauguración del colegio Luis Ortiz:
Un nombre anclado en la memoria del Alto Marne:
“ Louis Bruntz, Paul Claudel, Marie Calvés, Diderot, Camille Flammarion, Louise Michel ...son nombres de pila de los colegios del Alto Marne que expresan la admiración, el orgullo o el reconocimiento. A menudo recuerdan la historia de un hombre o una mujer, sus obras, su lucha, su acción.
Artesano de crema de castañas y helados, Luis Ortiz se instaló en Saint-Dizier en 1921. Trabajador incansable y talentoso, paseó su carrito de vendedor ambulante por los jardines públicos, las romerías, los campos y más tarde por los cines a fin de vender sus productos. En 1951 los heladeros Ortiz adquieren su célebre nombre de Miko. En 1954 la instalación en Fort Carré permite una producción industrial y en 1990 Miko es el primer grupo francés de productos alimentarios del frío con 6000 asalariados y cinco mil millones de francos de facturación.
La denominación del colegio Luis Ortiz (previa consulta de la Junta de Directores de la Universidad y del Ayuntamiento de Saint-Dizier) premia el talento, el éxito, la capacidad de innovación... pero también el coraje de un hombre al que este Ayuntamiento ahora honra” (Collège Luis Ortiz: un collège éco-responsable. Dossier de presse, 16 septembre 2011. www.ville-saintdizier.fr)
No quisiera terminar esta breve biografía de Luis Ortiz Martínez sin hacer mención a su hermano Ramón (1886-1975) que emigró también desde San Pedro del Romeral a Francia tres años más tarde que él, en 1908. Ramón Ortiz Martínez, a quien apodaban Sagasta, se instaló en Cailleu sur Mer para vender helados y barquillos, aunque trabajó también como leñador, vendiendo hortalizas, trabajando en fábricas de armamento y hasta en el sector de la construcción, para terminar definitivamente en Pont- Audemer con un próspero negocio de helados junto a su mujer Ramona, también de San Pedro del Romeral, hasta su fallecimiento en 1975 a los 89 años. Su vida estuvo en todo momento marcada por el trabajo y el sacrificio, llegando a sufrir el encarcelamiento de su hijo José por parte de los nazis en Alemania durante cuatro interminables años y el fusilamiento del marido de su hija Victoria, Bernard Grégoire, en 1944 durante la Segunda Guerra Mundial. Pero la vida de este hombre también estuvo determinada por su generosidad, su solidaridad y su desprendido y abnegado amor a los más débiles y desamparados. Durante la guerra civil española (1936-1939) les faltó tiempo a él y a su mujer para acudir en ayuda de un muy nutrido número de refugiados a Francia a los que facilitaron la documentación necesaria para poder quedarse, les buscaron trabajo y en numerosas ocasiones hasta les dieron de comer, todo esto en un hogar donde no sobraba nada. Acogieron a un importante contingente de niños huérfanos procedentes de Cataluña a los que con meritoria paciencia fueron buscando familiares lejanos o lugares de acogida, adoptando incluso a tres pequeños hermanos a quienes la guerra les dejó sin nada, ni tan siquiera el amparo de sus padres. Si su hermano Luis Ortiz es dignamente recordado por haber creado un imperio económico del frío, Ramón Ortiz también merece serlo por haber creado un cálido imperio de humanidad.
Bibliografía:
-Miko, le goût de l´enfance. Frédéric Ortiz. Musée Miko, Saint-Dizier.
-Le Musée Miko. Frèdèric Ortiz. Saint-Dizier.
-Grégoire Martinez-Conde, Rafael. http://sanpedrodelromeral.perso.sfr.fr/index.html
-Carey, Steven. Invention. Pags. 184-187. New York. Workman Publising.
-Sociedad Histórica del Estado de Iowa. Proyecto KDSM-TV (Des Moines) Departamento de Desarrollo Económico. 1991
-Berton, Jean. José et Vidal Ortiz, un empire venu du froid. Ed. J. Bretón. France 2002.
-Berton, Jean. 101 figures haut-marnaises. Ed. J. Berton. France 2002.
-Del Moral, José A. ¿Qué fue de Helados Miko? Revista digital Ganancia. Agosto de 2008.
-Collège Luis Ortiz: un collège éco-responsable. Dossier de presse. 16 septembre 2011.
-Tacoma, Miguel. Foro de Pegaso. wwwcamionesclasicos.com
-Saint-Dizier au Xxème siècle: aviation, ville nouvelle, et crème glacée. Web oficial de la ciudad de Saint-Dizier.
-Libération. Miko, une crème de sponsor. Le Touzet Jean-Louis. 8 juillet 2003.
-Miko à Saint-Dizier, mas aussi à Metz. Amandrine.4 Décembre 2009. Saint-Dizier.com beta versión.
-La caravane publicitaire du Tour de France a 80 ans: 44- Miko. http//cyclingmobel. Over-blog.com
-Journal de la Haute-Marne. Marzo de 2003.
-Archivo Histórico de Vega de Pas. (Cantabria)
-Villegas López, Ramón. Pasiegos, memoria gráfica de un pueblo. Ed. Cantabria Tradicional, 2004.
-García-Lomas, Adriano. Los Pasiegos. Ed Librería Estudio, 1977.
Agradecimientos:
En Francia quiero agradecer la colaboración dispuesta por Gloria Martínez-Conde, su esposo José Grégoire Ortiz (nieto de Ramón Ortiz Martínez) y especialmente a su hijo Rafael, quienes me aportaron casi la totalidad de los datos que se han expuesto y buena parte de las fotos que acompañan al texto.
Antonia Ruiz Ortiz, prima de Luis Ortiz, en San Pedro del Romeral.
Pedro Gómez Ruiz, alcalde de la villa pasiega de San Pedro del Romeral.
Sandra González López, traductora de Francés.
María Ángeles Navarro Diego, secretaria del Juzgado de la villa pasiega de Vega de Pas.
Ramón Villegas López, editor e historiador.
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