Marzo de 1925, un zeppelín aterriza en Vega de Pas.

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Globo meteorolu00f3gico de la Marina francesa  cau00eddo el 4 de marzo de 1925 en Vega de Pas.


   Era una apacible y tenue mañana lluviosa del 2 marzo de 1925 cuando de repente las vacas de Genaro el de la Maza comenzaron a mugir y a correr desbandadas prado abajo contagiando su terror al resto de animales de los demás moradores cercanos. El ruido de las asustadas reses no parecía normal, lo que alertó a todos vecinos del pueblo que rápidamente dirigieron su mirada hacia el origen de la estampida. La sorpresa fue mayúscula al comprobar que por la montañosa cumbre del puerto de la Braguía, origen de tan atronadores bramidos,  y bajo las nubes del rocío que humedecía las praderas,  aparecía una especie de colosal morcilla voladora con hebras incluidas que, por su aparente dirección y descenso, se disponía a aterrizar en la plaza del pueblo. Ante el griterío estridente de los niños los vecinos de la Vega de Pas dieron la voz de alarma para el recibimiento de tan gigantesco objeto volador no identificado, pues era evidente que no se trataba de grulla alguna ni pajarraco afín, pero el rebelde y sedoso viento lo viraba hacia el barrio de Candolías haciéndolo rebotar en más de una ocasión sobre las puntiagudas copas de los árboles que retardaban su declinación.

    Perseguido durante interminables minutos por una nutrida y perturbada fracción de vecinos el volátil  y descomunal artilugio tomó tierra en un prado de dicho distrito, concretamente en la finca de los hermanos Pelayo Horé, los de la botica. Una vez sedimentado el cachivache a la diestra de la capilla de la hacienda nadie se atrevió a tan siquiera tocarlo, pues el puntual sitio de oratorio elegido confería al aterrizaje un carácter místico y divino, casi podría decirse que sobrenatural; pero transcurridos unos minutos y ante la inexistencia de signos, testimonios o siquiera vestigios de comunicación sonora, visual o espiritual con el exterior, el entonces alcalde de la localidad don Manuel Gómez Ruiz ordenó la inspección del titánico aparato que fue llevada a cabo por los efectivos de la Guardia Civil de la citada villa pasiega que también se hallaban presentes, en el cumplimiento de su deber y en el lugar de los atípicos hechos. Confirmada la ausencia de vida terrestre, alienígena o inmaterial y verificada la carencia de gases nocivos en su interior que pudieran poner en riesgo la salud de los concurrentes, el regidor solicitó la ayuda de tan meritoria fuerza de seguridad ciudadana allí adherida para amarrar a tierra el fálico mamotreto y proceder a su identificación o filiación e igualmente determinar, a la vista de las pruebas allí presentes, su procedencia, naturaleza u origen. Tras unos cuarenta minutos de deliberación el supremo concejal y la benemérita pareja lo tenían claro, todo parecía apuntar a uno de esos armatostes en forma de chorizo que tan de moda estaban por aquellos años surcando los cielos del mundo exterior a los Montes de Pas, se trataba en definitiva y sin lugar a dudas de uno de esos  modernos artificios llamados dirigibles y que eran  conocidos popularmente en la época con el genérico nombre de zeppelín.

   Los dirigibles eran aeróstatos (del griego “aer”= aire y “statos”= quieto) que, de acuerdo al principio de Arquímedes, eran capaces de volar en el aire sostenidos por múltiples celdas o globos de gas de hidrógeno o helio no presurizado, con forma de estructura cilíndrica y fabricados con aleación de aluminio y un casco cobertor de tela. Su aplicación fue de lo más variopinta, pues fueron utilizados ya desde finales del siglo XVIII como transporte de personas y mercancías, como elemento de espionaje y ataque militar o, años después, para usos aerofotográficos, aerostáticos, deportivos o para fines publicitarios y el sobrenombre de zeppelín fue debido al noble alemán Ferdinand von Zeppelín, fundador de la compañía germana de dirigibles Zeppelin.

   Los vecinos de la Vega de Pas custodiaron el insólito chirimbolo durante un par de días, hasta que fue recogido por las autoridades competentes, durante los cuales fueron varias las conjeturas que se barajaron en cuanto a la determinación del artilugio y su procedencia. Pero en tan sólo cuatro días se resolvió el enigma al recibirse en la Delegación del Gobierno Civil de Santander un comunicado del ministerio de Marina francés. No era un dirigible sino un globo-salchicha, así denominado por nuestra naval milicia, destinado a observaciones meteorológicas, de 120 metros cúbicos de capacidad y que se soltó de su amarre y sin tripulantes en la localidad francesa de Burdeos. Quizá el uso más constante que han tenido este tipo de globos haya sido el meteorológico, para medir velocidades y dirección de los vientos a diferentes alturas, aunque su mayor defecto estaba en la escasa maniobrabilidad para guiarlos en una dirección determinada;  es entonces cuando se plantea el gran problema de poder dirigirlos a voluntad, obteniendo como resultado los dirigibles que tanto revolotearon por los cielos de nuestros cinco continentes hasta su ocaso tras la tragedia del LZ 129 Hindenburg en 1937, la aeronave más grande del mundo jamás construida, que se incendió en su aterrizaje en Nueva Jersey después de haber cruzado el Atlántico, causando la muerte de 35 personas y que significó el fin de los dirigibles como medio de transporte.

   En cualquier caso... para el recuerdo queda esta simpática foto, captada por un fotógrafo anónimo en 1925 y custodiada durante años por Mercedes Diego Gómez, de un no menos simpático y travieso globo-salchicha huido a la aventura del galo país vecino y que irrumpió la sosegada paz de los pasiegos, fue cháchara de cocinas y acontecimiento singular del pueblo de Vega de Pas nada acostumbrado a sobresaltos.

Bibliografía:

Hemeroteca del Diario ABC, 6 de marzo de 1925, página 24.

Archivo General de la Marina Española.

Agradecimientos:

Ángel Ruiz Fernández. (Archivo fotográfico)

Mercedes Diego Gómez. (Fotografía original)

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