El término nodriza, o ama de cría, nos aparece citado desde tiempos remotos, concretamente desde el reinado de Hammurabi (1792-1750 A.C.) erudito gobernante célebre por sus códigos legales en los que abordaba temas tan diversos como los precios de los productos agrícolas, los castigos a los condenados, o las disposiciones de las nodrizas que habían de amamantar a los hijos del pueblo. Estas amas de cría también son citadas en la Biblia judeocristiana y en el Antiguo Testamento y jugaron un papel destacado en la Grecia clásica e incluso en el Imperio Romano, donde era usual recurrir a las nodrizas para amamantar a sus vástagos, pese a que era mejor considerada dentro de la sociedad aquella madre que amamantaba a sus propios hijos. Es a partir del siglo XIII cuando encontramos referencias más concretas para España en las Partidas de Alfonso X el Sabio (1221-1284) donde se anotan las condiciones que debían reunir las nodrizas reales y la manera en que debían ser criados los hijos de los reyes: “...e los que primeramente deven facer esta guarda ha de ser el Rey e la Reyna...deven aver tales amas que ayan leche asaz, e sean bien acostumbradas e sanas, e fermosas, e de buen linaje, e de buenas costrumbres, e señaladamente que non sean muy sañudas... Ca si ovieren abonanza de leche e fueren bien complidas e sanas, crian los niños sanos e rezios. E si fueren fermosas e apuestas, amarlas han mas los criados e avran mayor placer cuantos la vieren... E si non fueren sañudas criarlos han mas amorosamente e con masedumbre que es cosa que han mucho menester los niños para crecer...”
Sabidos por todos es que no hay leche como la de la teta materna, dicho por los galenos desde la antigüedad, aunque muchas madres, por opulencia o comodidad y rara vez por obligación, no daban de mamar a sus hijos y preferían tener a su disposición el servicio de una nodriza, proliferando esta moda a partir del siglo XVI, donde para tal menester se edita en 1541 un libro escrito por Damián Carbón y titulado “Libro del arte de la Comadres y del Regimiento de las premiadas y paridas y de los niños” que en realidad fue el primer tratado de obstetricia y ginecología que se publicó en nuestra península y donde se dan las recomendaciones pertinentes para elegir una buena ama de cría: “La nodriza requiere ser hábil, capaz y tener el sueño ligero para levantarse cada vez necesite ser atendido y reconfortado. Lo ideal es que reúna todas o la mayoría de las siguientes cualidades: Edad media para contar con un carácter templado y leche de buena calidad. Figura proporcionada, tez blanca y rosada, senos anchos y carnes duras. Ha de tener buenas costumbres (alegre, cuidadosa, limpia, sensata, discreta y casta) pues la criatura adopta los hábitos de quien la amamanta. Sus senos deben estar sólidos para guardar el calor que haga digerible la leche y ser de un tamaño adecuado para que la criatura los pueda tomar sin cansarse. Antes de amamantar al niño la mujer debe sacar al aire su teta, comer bien y tomar un lectuario con vino malvático para rectificar su leche...”
En el siglo XIX, con el desarrollo de las grandes ciudades, es cuando más demanda hay para requerir el servicio de un ama de cría, quizá alimentado por la moda entre la realeza y las clases pudientes de poseer entre el personal de palacio y de las casas nobles una nodriza, que en sus orígenes se buscaron entre su propia casta. Es en 1830 cuando Fernando VII solicita a sus médicos el buscar en Santander y su provincia “... ama de cría para lo que dé a luz mi amada esposa...” y desde entonces hasta casi mediados del siglo XX más del cincuenta por ciento de las nodrizas de la Familia Real Española han sido de la Montaña, puede que por tener unas condiciones de vida muy saludables, como es verdad que tenemos los que vivimos en ella. Las elegidas para amamantar a la futura reina Isabel II de España en ese año de 1830 fueron Francisca Ramón, de Peñacastillo, inmortalizada por el pintor Vicente López en un cuadro del Palacio Real de Madrid y Josefa Falcones, de Torrelavega.
Las primeras pasiegas que entraron en palacio para amamantar a los hijos de los reyes de España fueron María Gómez, de quien se conserva un cuadro en el Alcázar de Sevilla pintado por Bernardo López Piquer, y Josefa Ruiz Oria, ambas de Vega de Pas, como nodriza primera y ama de retén respectivamente y con la responsabilidad de hacerlo con el hijo de la reina Isabel II, el infante que años más tarde reinaría con el nombre de Alfonso XII. María Gómez y Josefa Ruiz Oria fueron elegidas en la Fonda del Comercio por el médico cirujano de la Familia Real don Francisco Alonso Rubio. Posteriormente en 1862 sería elegida la pasiega Manuela Cobo, natural de San Roque de Riomiera, que entró en palacio para criar a la infanta María de la Paz de Borbón, también hija de Isabel II e igualmente retratada por el pintor López Piquer en el Alcázar de Sevilla. Las nodrizas eran alojadas en la Casa de las Amas en el Sitio del Buen Retiro de Madrid y conocida popularmente como La Pajarera, cuyas inquilinas en su mayor parte empezaban a ser carredanas, torancesas y pasiegas, siendo estas últimas las más afamadas, hasta tal punto que el término pasiega llegó a ser sinónimo, incluido en los diccionarios de la época, de nodriza y extensible a cualquier ama de cría con independencia de su lugar de nacimiento.
El contagio de las modas y el alardeo social forzó a que las nodrizas reales se convirtieran en modelo imitado por familias de nobles, y en general por las de cualquier “mamoncillo” de cuna afortunada, y que estas además fuesen de la provincia de Santander, lo cual era garantía de salubridad para los médicos de la época, pues sabido es que lo que en la leche se mama... en la mortaja se derrama. El médico de cámara de la Casa Real, don Dionisio Villanueva Solís ya lo hizo constar en su informe de 1858 cuando partió hacia Vega de Pas en busca de ama para el futuro rey Alfonso XII: “...espacioso valle sin aguas retenidas ni enfermedad endémica alguna cuyos habitantes, con alimentación sana, gozan de robustez y buena constitución...” El por qué de tanta fama debemos buscarlo en su fortaleza física, su honestidad y reputación, sus sanas costumbres y una inmaculada discreción, cualidades todas imprescindibles para el servicio de reyes y nobles. A partir del reinado de Alfonso XIII se establecen condiciones para poder ejercer como ama de cría: “...tener entre 19 y 26 años, complexión robusta y buena conducta moral; estar criando el segundo o tercer hijo; leche de no más de 90 días; no haber criado hijos ajenos; estar vacunada; no haber padecido ni ella ni su marido ni familiares de ambos enfermedades de paludismo y, preferiblemente, que su marido se dedicase a las labores del campo”. Estas jóvenes madres debían venir avaladas por un informe médico y otro moral que redactaba el cura de la localidad.
Lo que impulsó a las mujeres pasiegas a convertirse en nodrizas de los hijos de otras y a abandonar a los suyos propios y a sus maridos y familias fue sin duda la necesidad de aportar ayuda a una exigua economía basada en la ganadería. Carencias económicas que obligaron también a los pasiegos y pasiegas a tener que dedicarse al contrabando de telas y tabaco y a la venta ambulante de quesos y mantequillas. No debió resultar nada fácil a estas mujeres tener que hacer las maletas para una larga estancia fuera de los suyos, pues hay que tener en cuenta que en aquellos años la lactancia no era cuestión de meses como hoy en día. Las amas de cría solían estar un promedio de dos a tres años amamantando a las criaturas que les encomendaban, por lo que eran alimentadas con los mejores productos para que los lactantes a su vez fueran también inmejorablemente alimentados. Las nodrizas pasiegas además destacaron por sus vistosos trajes de paño, con anchas cintas de terciopelo, pañuelo de seda rojo a la cabeza, botonadura de monedas de plata y encendidos collares de coral, quizá por la vieja creencia de que los corales eran el más eficaz remedio contra el mal de ojo en los niños.
Desde las tres villas pasiegas, San Pedro del Romeral, San Roque de Riomiera y Vega de Pas, partieron hacia las capitales más importantes de nuestra península gran cantidad de mujeres como amas de cría, dejando honda huella de su presencia en plazas como la de Santa Cruz de Madrid o la de Las Pasiegas en Granada, y fueron muchos los poetas y escritores costumbristas que las inmortalizaron en sus escritos, en su mayoría para bien, aunque hubo otros grandes entendidos en literatura, que no en las necesidades obligadas de la vida, que las acusaron de malas madres (Pedro Antonio de Alarcón) de groseras aldeanas (Mesonero Romanos) o de humanas vacas (Pérez Galdós) Acertadamente José Manuel Fraile Gil, en su brillante ensayo “Amas de cría, campesinas en la urbe”, nos da la clave: “Muchos asentaban esta antipatía en la idea de que el ama hacía de su alumbramiento un mero negocio que la sentara desde el duro escaño aldeano al mullido sofá de las ciudades...” Conocedores de la difícil vida que la historia ha dado a las mujeres pasiegas preferimos la descripción de una autora, con óptica y corazón de mujer, entendida en literatura y conocedora del difícil papel que ejercieron estas nodrizas de Pas: “Nos deslumbra el rojo fuerte de las sartas de coral, nos ciega el azul de las cuentas de vidrio y el relucir de las arracadas de filigrana pendientes de rollizas orejas; nos recrean los tonos gayos de pecheras y justillos, la majeza de las amplias de ruedo galoneadas y del pañuelo de seda que cubre la trenza dura de la pasiega beldad...” Emilia Pardo Bazán. Por la España pintoresca. 1895.
José Javier Gómez Arroyo. Vega de Pas, Julio de 2011.
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